23 de noviembre de 2014

TIempos de evocaciones.

Aquella mañana, la ciudad se movía igual que antes, con su palpitar andante y el centro burbujeando en gente que subía y bajaba por una de las calles principales, recientemente peatonalizada para disminuir la congestión vehicular y mejorar las condiciones del comercio. Era un mercado persa, de personas itinerantes, gitanos que pregonaban en el piso y con diferentes modelos de parlantes, desde prendas de vestir a los mejores precios hasta escudillas de lavaplatos que retienen todos los desperdicios para evitar que se taponen las tuberías.

Y nosotros dos allí en la mitad de la calle, formando parte del escenario, pero sin pertenecer realmente a él.caminábamos a un paso ágil entre la multitud, con los cuerpos agotados pero sin saber cómo aún manteniamos la fuerza para seguir en pie. Ya no decíamos muchas palabras, alguna que otra frase para ayudarnos a evitar la gente. No nos tomamos la mano, por un lado para no dejarnos atropellar  y por el otro no era necesario manteniamos un vínculo que nos alejaba del tumulto.

Dos cuadras más adelante llegamos a una de esas cafeterías de Esquina atiborradas en cosas y con el café de greca reposando desde tempranas horas de la mañana, y que al fin de cuenta pediríamos para robar unos minutos más de compañia, y repeler el momento en que cada uno volviese a tomar caminos separados.
Me mirabas, nos mirábamos en tus labios tenias guardados no sé cuántos pensamientos, tus ojos se hacían más profundos y aurales mientras yo me sumergía en ellos por un tiempo indefinido, cavilando aquella inquietante extrañeza que me produjo la quietud de nuestros cuerpos, deseando confesarte el manantial de ideas que pasaban por mi mente desde la noche anterior.

No había dormido mucho.. y como en noches anteriores las lágrimas se me escurrian, sollozaba un poco y trataba de quedarme lo más quieta para evitar que te despertaras, aún así me preguntaste un par de veces que si estaba bien y asentí con la cabeza.

Con el recuerdo en la piel vivo recordé como me tomaste entre tus brazos no se si creyéndome, cuando asentía, y me acomodaste en tu pecho y me amarraste a él con tu brazo,  estabas tibio, tu olor me llenó completamente. conseguiste que durmiera  un poco... pero el embrujo del recuerdo había terminado, dejé mis palabras encerradas  y el café de greca se enfrió  mientras yo jugaba con tus manos. Como un engranaje que entra en marcha reafirmé aquella sentencia que tenía que cumplir.. y es que darle palabras a aquello que yo sentía era condenarme a mi misma a un torbellino de incoherencias y de egoísmos, No quería dejarte ir.




Tiempos aparte.. A pasado tanto tiempo.. y ese torbellino ha hecho tantos estragos en mi, que  dudo como reacciona mi cuerpo cuando vuelva a sumergirme en vos. Suelo enamorarme sola, me ensueño y te ensueño.. pero yo pecadora me quedo callada, porque conservo el terror a la desaparición.